En nuestra sociedad globalizada, lo que llamamos arquitectura refleja generalmente, un producto industrial, y la figura del arquitecto queda relegada a un papel, casi exclusivamente, burocrático. La vivienda se ha vuelto de difícil acceso y el arquitecto una pieza de la cadena industrial en la urbanización masiva.
La arquitectura, siendo «la operación del hombre que modifica el medio de manera sensible y voluntaria», existía ya cuando no existía la figura del arquitecto para cubrir las necesidades básicas de supervivencia y de sociabilidad.
Si la arquitectura nació como herramienta para habitar, adaptarse y protegerse a la vez del entorno natural, no tendría porqué ser un símbolo de conquista y de manipulación del territorio.
Por su capacidad de adaptación al medioambiente, a lo largo del tiempo (en la historia de la humanidad la sociedad industrial representa un fragmento exiguo), valoramos a las sociedades primitivas.
La arquitectura natural (vernácula) desarrollada por estas sociedades se realiza por reproducción icónica (icono=imagen) inmemorial y eficiente; de forma práctica, continuada y repetitiva. Este producto “es aceptado y respetado por su valor, optimizando su eficacia como solución ambiental. Asimismo, la perdurabilidad… da lugar a un control colectivo que actúa como disciplina”.
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